Pon
guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios.
Salmo
141:3
¿Cree
usted que esas personas tienen lo que dicen?
¡Claro
que sí! Pregúnteles unas semanas después y su respuesta será que sí se
enfermaron, tal como lo habían dicho. Pero si usted trata de decirles que hay
cierta relación entre las palabras que dijeron y la enfermedad que adquirieron,
lo mirarán como si estuviera loco.
Ahora, si
esas personas escudriñaran la Palabra de Dios y entendieran lo que dice acerca
del tema, se darían cuenta de que las palabras que hablan tienen un gran
impacto en sus vidas y definen, casi literalmente, su futuro. Si usted es
creyente nacido de nuevo, ya habrá visto los ejemplos más poderosos de ese
impacto. Usted creyó con su corazón y confesó con su boca que Jesús es el
Señor, y esas palabras cambiaron el curso de su vida por la eternidad. Usted
sabe por experiencia propia el poder que tienen las palabras.
No
obstante, si usted es como yo, se habrá dado cuenta de que es difícil ser
constante cuando se trata de hablar palabras llenas de fe. Yo he estado
haciéndolo por muchos años; sin embargo, a pesar de todo ese tiempo y de todas
las experiencias que he tenido, siempre debo tener cuidado con mis palabras.
El mundo
que le rodea va por la corriente negativa. Como un río caudaloso, el mundo
siempre está tratando de arrastrarle para que usted siga esa corriente. Pero
cuando usted vive por fe y habla palabras de fe, es como estar remando contra
la corriente. Puede hacerlo, pero es un trabajo muy arduo. Nunca podrá darse el
lujo de tomarse unas vacaciones en ese trabajo. Si usted afloja un poquito, la
corriente empezará a llevárselo río abajo.
Decídase
ahora mismo a guardar la puerta de sus labios y a llenar su boca constantemente
con la Palabra de Dios: "Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu
oído a mis razones" (Proverbios 4:20). Haga de la Palabra de Dios su
guarda, y todo lo que diga le llevará un poco más río arriba.