viernes, 22 de octubre de 2010

Por qué yo?


¿Por qué yo Señor,
hallé el camino?
El camino que muchos no han seguido.
¿Por qué yo,
y no otro en lugar mío,
encontré pleno perdón y no castigo?
Presiento que allá… atrás,
antes del tiempo,
en el misterio de la eternidad pasada,
siendo impulsada por el real designio,
tu mano con su dedo me señala.
Tú me elegiste,
oh Dios!
No lo comprendo.
No comprendo porque si no soy nada,
antes aún de que los siglos fuesen,
Tu quisiste así salvar mi alma.
Pero yo polvo soy,
vapor que pasa.
Me humilla mi impotencia ante tus plantas.
Y al sentirme amparada por tu gracia…
Tu eres soberano  exclamo  ¡Basta!

CRISIS DE NUESTRA EPOCA


Cuando se plantea con todo su peso el tema de la espiritualidad, es oportuno formularse un interrogante:
¿Se observan hoy signos de espiritualidad en medio del mundo convulsionado que nos rodea, o se ha perdido conciencia de ellos?
La respuesta enfática es que esos signos sí se observan, y que no se ha perdido conciencia de ellos. El mundo que nos circunda carece de la fuerza que pudiera destruir algo que es ínsito al hombre.
Con tono temeroso suele insistirse en que nos encontramos al final del siglo y del milenio, lo que en verdad carece totalmente de importancia porque la historia fluye ininterrumpidamente como si fuera un río de cauce continuo. Esta idea de que vivimos un momento especialísimo con connotaciones apocalípticas, es totalmente mítica y nos retrotrae a formas primitivas de pensamiento emparentadas con el “Eterno Retorno” de los antiguos.
Son evidentes las gravísimas lacras que enlodan a nuestra época, y que las imágenes televisivas reproducen hasta el hartazgo: exitismo, materialismo, hedonismo, perversiones, alcohol, drogas, desenfreno, corrupción, mentira, fraude, cohecho, egoísmo, injusticia, violencia, asesinatos. Pero nada de esto es novedoso por cuanto el hombre de todos los tiempos fue básicamente semejante, y ya los profetas de hace más de veinticinco siglos lo denunciaban en sus oráculos.
Sin duda, este complejo panorama se inscribe en la permanente lucha entre el Bien y el Mal, uno de los problemas fundamentales de la humanidad, que sólo encuentra respuesta a la luz de la Revelación.
Todo el mundo antiguo, así como el presente, estuvieron marcados por el dolor, el sufrimiento, la muerte, las guerras, la esclavitud, las conquistas, los exterminios, los genocidios, las segregaciones, los sometimientos. No hay pues, en la historia profana, un paraíso perdido y una actualidad maligna. Por otra parte, debe siempre valorarse todo lo que en el hombre hay de noble, y que lo expresan a diario los que trabajan, luchan, estudian, investigan, enseñan, curan, se esfuerzan, se solidarizan, crean belleza.
II) SUBSTITUTOS DE LA RELIGIÓN
Es precisamente ahora cuando florecen las pseudo filosofías orientales, las fantasías extra terrestres, la astrología, los cultos afro brasileños, la Nueva Era, el control mental, el fetichismo, el tarot y las múltiples técnicas de videncia.
Este aluvión de sucedáneos de la religión puede afectar gravemente a quienes carecen de principios y bases sólidas, y aquellos que los promueven, en su inmensa mayoría, se inscriben en la categoría de charlatanes, oportunistas y codiciosos.
Por razones estrictamente psicológicas es perfectamente aceptable que quienes recurren a estas formas irracionales puedan obtener auténticas mejorías o solución de sus angustias. Pero nada de eso podrá saciar su sed de infinito, tal como Jesús lo explicara con palabras cristalinas: “Cualquiera que bebiera de esta agua, volverá a tener sed”. De ahí la vigencia del mensaje del Evangelio.
Sin embargo, dentro de este caos de supersticiones se encuentra un aspecto positivo: la demostración de que el hombre, como extraviado peregrino, tiende hacia lo eterno y se aferra a lo que le ofrecen, le venden o descubre por accidente, aun cuando se trate de un camino perverso y equivocado.
III) ALTERNANCIA DE PERIODOS DE RACIONALIDAD Y DE SENTIMIENTOS
Por cierto la historia jamás se repite, no sólo porque su impulso dinámico y proyectivo es enorme, sino porque las circunstancias se van modificando en cada instante. Por otra parte, en la historia se da el proceso llamado de “aceleración”.
Sin embargo, es lícito advertir  como simple hipótesis , algunas regularidades que parecieran sucederse.
La humanidad nunca siguió una senda de permanente progreso, tal como alguna vez ingenuamente se lo supuso. Su durísimo y penoso avance se dio a través de ascensos y descensos, periodos de paz y de conflictos.
Es interesante comprobar que los momentos histórico culturales de elevada racionalidad, fueron seguidos siempre de otros en los que predominaba el ansia de vivir y la exaltación de los sentimientos.
Nietzsche, quien junto con Darwin, Marx y Freud fue uno de los grandes rebeldes contemporáneos, sostenía que en Grecia se oponían al espíritu Apolíneo y el Dionisíaco. Uno representaba el orden, la mesura, el equilibrio la lógica; el otro, la Vida y el desenfreno. Precisamente atribuía la grandeza de Grecia al espíritu Dionisíaco y no al Apolíneo.
IV) BREVE RECORRIDO POR LA HISTORIA EUROPEA
Nuestra soberbia occidental nos condujo a interpretar como “histórica” sólo la evolución de los pueblos europeos, despreciando a la antigüedad de Oriente, de África y de los millones de grupos aborígenes repartidos por todo el planeta. Así surgió la intención errónea de periodizar la historia, segmentación artificiosa que al fin se impuso.
El comienzo de la civilización de occidente se dio en Grecia cuando en el siglo IX a.C. ya se habían afirmado las principales etnias que entraron a constituirla, y se fue creando la atmósfera de los poemas homéricos con su mágico mundo de dioses, héroes y mitos.
Poco a poco se fue imponiendo el pensamiento estrictamente racional, y se señala al siglo VI a.C. como aquel en el que tuvo comienzo la Filosofía, todavía inseparable de la Ciencia. La culminación del Milagro Griego se dio en el Siglo de Pericles, con el apogeo de todas las disciplinas del saber y del obrar humanos.
Ese esplendor se trasladaría después de algunas centurias, a otros centros como Alejandría, hasta que al fin se impuso la grandeza de Roma, con la fuerza de sus conquistas y el genio de su Derecho.
El mundo antiguo se conmocionó por la caída del Imperio Romano, cuando se fracturó la unidad política y los pueblos bárbaros se precipitaron en oleadas. Los nuevos Estados, aislados unos de otros y de razas diferentes, gestaron sus propias lenguas. La cultura clásica quedó sumergida, pero poco a poco iría reapareciendo.
Comenzó entonces un extensísimo periodo de diez siglos al que después se lo designó como “Edad Media”, con lo que peyorativamente se sugería que no fue sino un momento oscuro entre dos acontecimientos luminosos: la Antigüedad Greco Romana y el Renacimiento.
Sin duda se trató de una época de muy escasa aceleración, pero en ella se constituyó el feudalismo, se afianzó el papado con su inmenso poder económico político, se fundaron las Universidades, apareció la Escolástica, se construyeron las maravillosas Catedrales Góticas, y además se mantuvo una particular concepción del Universo.
Sin embargo, el inmenso potencial de la evolución humana no permitiría que aquel orden permaneciera indefinidamente y así se fue ingresando en la modernidad. Pero no apareció ésta como un cambio brusco, sino que sus gérmenes se encontraban ya vitales hacia el final de la Edad Media.
El hombre se lanzó hacia nuevos rumbos en Filosofía, Ciencia y Artes. Avanzó hacia la autonomía del pensamiento, el perfeccionamiento de las ciencias físico matemáticas, la consolidación de las ciudades, la aparición de la burguesía, la transformación de la economía, la Reforma Religiosa, la incentivación de los viajes de descubrimientos, la llegada a las tierras que se llamarían América. Pero lo más revolucionario en todo el devenir humano, fue el cambio radical de la imagen del universo, aceptándose la visión helio céntrica de Copérnico, Kepler y Galileo. Inmediatamente surgió el Renacimiento Italiano, la más prodigiosa eclosión de belleza y arte de la que se tenga memoria.
Este nuevo orden tampoco habría de mantenerse por tiempo ilimitado, sino que se fue ingresando en un racionalismo esclavizante y frío. Pero ese exceso de racionalidad encontró otra escapatoria: el Romanticismo.
Ese movimiento apareció en la Alemania del siglo XVIII bajo el nombre de “Sturm und Drang” (“Tormenta e Impulso”). Florecieron entonces los  estudios   históricos, las  investigaciones sobre electricidad y biología, la filosofía culminó con el Idealismo de Hegel, la música alcanzó niveles de magnificencia. Hubo aquí una estética del sentimiento, una particular emoción para rever el pasado, un regreso hacia Grecia y Roma, un encantamiento por la campiña italiana, una identificación con el infinito.
En el siglo XIX las ciencias lograron sorprendentes desarrollos, y los Positivistas creyeron que ellas salvarían al hombre. Por fin se impuso la Técnica, heredera de la ciencia, dentro de la cual hoy vivimos y que alcanzó tales conquistas, que ni la más alocada novela de ciencia ficción jamás podría haber imaginado.
V) RESPONSABILIDAD ACTUAL DE LOS CRISTIANOS Y DE LAS IGLESIAS
Es muy difícil discernir con objetividad el momento del quehacer humano dentro del cual se vive, porque el observador mismo se encuentra inmerso en el movimiento que lo sustenta. Pero no podemos dudar en afirmar que la actitud científico técnica ha producido ya tal cansancio al hombre, que nuevamente tiende, como siempre lo hizo, hacia otras dimensiones del espíritu, aún las más extravagantes.
No es función de los cristianos ni de las Iglesias fisgonear en las conductas ajenas, ni constituirse en jueces de nadie, ni elaborar un Index de textos prohibidos. Caer como antaño en el terreno de las controversias, es hacer dispendio de tiempo y energías y perder de vista las metas elevadas a las que se debe tender.
Su tarea, entre otras, es la de encauzar todas las fuerzas que aparecen ante nosotros como desviadas, dentro de los márgenes correctos que la Revelación enseña. Para eso es necesario aferrarse a lo esencial y doctrinario, pero dirigiéndose a un mundo ávido de trascendencia, con visión renovada, fresca y vital.
Es indispensable saber interpretar las señales de la hora, aquéllas a la que el gran filósofo historicista alemán Guillermo Dilthey, llamaba “El Espíritu del Tiempo”.
Debiéramos preguntarnos con humildad por qué acontecen tantas desviaciones en un mundo que se va descristianizando. Una racionalización habitual, pero infantil y simplista, lleva a adjudicar todos los males a los poderes satánicos, actitud con la que cada uno se desliga de las graves responsabilidades que le competen y de los sentimientos de culpa.
No es ajena a todo esto la vigencia del pentecostalismo y del neo pentecostalismo, aun con todos sus excesos y atipicidades no ortodoxas. Es menester descubrir con honradez por qué esos grupos crecen aceleradamente, mientras las Iglesias tradicionales, receptoras de un legado de inconmensurable riqueza, apenas mantienen su membresía, o lo que es más trágico, ésta disminuyen ostensiblemente en medio de un mundo cuya población aumenta de manera explosiva.
El Eclesiastés registra estas palabras: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”.

PUERTA A LA LIBERACIÓN


“Yo paso por la vida como un transeúnte que se dirige a la eternidad, hecho a la imagen de Dios, pero con esa imagen degradada, que necesita que se le enseñe a meditar, a adorar, a pensar.”
Donald Coggan, Arzobispo de Canterbury

La superficialidad es la maldición de nuestra era. La doctrina de la satisfacción inmediata es el principal problema espiritual. Lo que hoy se necesita desesperadamente no es un número mayor de personas inteligentes, ni de personas de talento, sino de personas de vida espiritual profunda.
Las disciplinas clásicas de la vida espiritual nos llaman a movernos más allá de la vida superficial hacia las profundidades. Nos invitan a explorar las profundas cavernas del reino espiritual. Nos instan a que seamos la respuesta para un mundo vano. John Woolman aconsejó: “Es bueno que vivas profundamente, que puedas sentir y entender el espíritu de las personas”.1
No tenemos que dejarnos convencer de que estas disciplinas sean para los gigantes espirituales y que, por tanto, están fuera de nuestro alcance; o para las personas contemplativas, que dedican todo su tiempo a la oración y a la meditación. Todo lo contrario. Dios tiene el propósito de que las disciplinas de la vida espiritual, sean para los seres humanos ordinarios: para los que trabajan, los que cuidan niños, los que tienen que lavar platos y cortar el pasto. De hecho, las disciplinas se ejercitan de la mejor manera en medio de nuestras actividades normales diarias. Si han de producir algún efecto transformador, éste debe hallarse en las coyunturas ordinarias de la vida humana: en nuestras relaciones con el cónyuge, con nuestros hermanos, con nuestros amigos y vecinos.
Tampoco debiéramos pensar que las disciplinas espirituales son una insípida práctica monótona que tiene el propósito de exterminar la risa de sobre la faz de la tierra. El gozo es la nota clave de todas las disciplinas. El propósito de las disciplinas es liberar al hombre de la sofocante esclavitud a que está sometido: la esclavitud del egoísmo y del temor. Difícilmente pudiera decirse que aquello que libera al hombre interior de todo lo que lo ata es una insípida práctica monótona. El canto, la danza y hasta el grito son acciones que caracterizan las disciplinas de la vida espiritual.
En un sentido, las disciplinas espirituales no son difíciles. No necesitamos estar avanzados en teología para practicar estas disciplinas. Los recién convertidos debieran practicarlas. El requisito principal es tener anhelo de Dios. El salmista escribió: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42:1, 2a).
A los principiantes se les da la bienvenida. Yo también soy un principiante, especialmente luego de unos cuantos años de estar practicando todas las disciplinas. Estoy de acuerdo con Thomas Merton, quien dijo: “No queremos ser principiantes. ¡Pero convenzámonos de que nunca seremos ninguna otra cosa, sino principiantes, toda nuestra vida!”2
Leemos en Salmos 42:7: “Un abismo llama a otro…” Tal vez en alguna parte recóndita de tu vida, hayas oído el llamado a una vida más profunda, más plena. Tal vez te hayas cansado de las experiencias frívolas y de las enseñanzas superficiales. De vez en cuando has vislumbrado, indicios de que hay algo más profundo que lo que conoces. Internamente has anhelado lanzarte hacia la profundidad.

Los que han oído el distante llamado de las profundidades internas y desean explorar el mundo de las diferentes áreas de disciplinas espirituales, inmediatamente se enfrentan a dos dificultades. La primera está constituida por lo filosófico. La base materialista de nuestra era ha llegado a ser tan penetrante que ha producido en los individuos graves dudas con respecto a su capacidad para extenderse más allá del mundo físico. Muchos científicos de primera clase han pasado más allá de tales dudas, pues sabían que no podemos estar confinados a un área de espacio y tiempo. Pero la persona promedio se deja influir por la ciencia popular que tiene una generación de atraso en el tiempo y tiene prejuicios contra el mundo no material.
Es difícil exagerar lo saturado que estamos con la mentalidad de la ciencia popular. De la meditación, por ejemplo, en caso de que se le conceda validez en alguna forma, no se piensa que es un contacto con un mundo espiritual real, sino una manipulación sicológica. Por lo general, las personas tolerarían un leve interés en la “jornada interna”, pero luego llega el momento de entrar en los asuntos reales del mundo real. Necesitamos valor para movernos más allá del prejuicio de nuestra era, y afirmar con nuestros mejores científicos que existe algo más que el mundo material. Con honestidad intelectual, debiéramos estar dispuestos a estudiar y explorar este otro reino con todo el rigor y la determinación que concederíamos a cualquier otro campo de investigación.
La segunda dificultad es práctica. Simplemente no sabemos cómo explorar la vida interna. No siempre ha sido así. En el primer siglo, y aun antes, no era necesario dar instrucciones sobre cómo practicar las disciplinas de la vida espiritual. La Biblia llamaba al pueblo a tales disciplinas como el ayuno, la meditación, la adoración y el júbilo, y casi no daba ninguna instrucción sobre cómo practicarlas. Es fácil comprender la razón de ello. Esas disciplinas se practicaban con tanta frecuencia y constituían parte tan integral de la cultura general que la manera de practicarlas era un conocimiento común. El ayuno, por ejemplo, era tan común que nadie tenía que preguntar qué debía comer antes de un ayuno, ni cómo suspenderlo, ni cómo evitar el desvanecimiento mientras se ayunaba. Todos lo sabían ya.
Eso no ocurre en nuestra generación. Hoy hay una ignorancia abismal en lo que se refiere a los aspectos más sencillos y prácticos de casi todas las disciplinas espirituales clásicas. Por tanto, cualquier libro que se escriba sobre este tema tiene que tener en cuenta esta necesidad y ofrecer instrucciones prácticas sobre la técnica de las disciplinas. Sin embargo, desde el comienzo debemos hacer una advertencia: el hecho de conocer la técnica no significa que estemos practicando la disciplina. Las disciplinas espirituales son una realidad interna y espiritual; y la actitud interna del corazón es mucho más decisiva que la técnica para llegar a la realidad de la vida espiritual.
 (Este artículo es parte de un capítulo del libro “Alabanza a la Disciplina”, de Richard J. Foster, Editorial Betania, 1986, págs. 15 18)

Todos podemos estudiar la Biblia


 LA BIBLIA FUE ESCRITA PARA TODO EL MUNDO
Seguramente muchas veces te habrás preguntado ¿cómo hago para estudiar la biblia? o ¿Por dónde comienzo? preguntas nacidas de un profundo deseo de comprender más profundamente los caminos de Dios.
En primer lugar, déjame felicitarte si es ese deseo el que está ardiendo en tu corazón. Eso es una señal inequívoca de que has nacido de nuevo, pues solo el Espíritu Santo puede hacer nacer en el espíritu del hombre ese deseo. Por otra parte deseo animarte. Ya que si amas a Dios con todo tu corazón y deseas servirle, ten por cierto que lo lograrás. Pero, debe quedar claro, sólo si estás dispuesto a “estudiar la Biblia”.
El éxito o el fracaso en la vida cristiana dependen de cuanto del contenido de “la Biblia” logramos atesorar en la mente en general y de manera sistemática, como también del grado de obediencia a ella. Cierto es que podemos llegar al cielo sabiendo poco más que Juan 3:16 y Romanos 10:9 y 10, porque el maravilloso don de la salvación que nos ofrece Dios es tan libre y gratuito que todo lo que tenemos que hacer para obtenerlo es recibirlo con fe (Juan 1:12).
Pero si queremos ser cristianos felices y victoriosos tendremos que alimentarnos en forma regular con la palabra de Dios; y esto representa un esfuerzo. Cuanto más nos dediquemos, tanto más rápido y tanto mejor creceremos. Descubriremos que bien vale la pena el esfuerzo que demanda.
El Señor Jesús nos dio la fórmula para el éxito cuando dijo: “Si sabéis estas cosas, BIENAVENTURADOS SEREIS SI LAS HICIEREIS.” (Juan 13:17). Miren ustedes entonces la relación directa entre conocer la palabra de Dios y la felicidad. Todo ser humano busca la felicidad. Aquí tenemos la respuesta: La felicidad (Bienaventuranza) se encuentra, entonces, en conocer y en cumplir la voluntad de Dios tal como El la ha revelado en la Biblia.
El problema que tienen muchos cristianos es que no se han molestado en aprender los principios bíblicos, de modo que ni siquiera saben qué es lo que Dios espera de ellos. No es de sorprender entonces, que no disfruten de todas las bendiciones de la vida cristiana.
Lamentablemente, muchos cristianos tienen la idea errónea, de que no van a entender la Biblia. Piensan que fue escrita para teólogos o ministros, de manera que se limitan a escuchar conferencias y sermones por los “entendidos en la palabra” o a leer libros sobre la Biblia, pero dedican muy poco tiempo a conocerla y estudiarla personalmente. Lo que resulta lamentable en relación con esta actitud, es que la Biblia no fue escrita para teólogos. ¡Fue escrita precisamente para gente común!
Por ejemplo, el Señor dijo por medio del apóstol Juan: “Os escribo a vosotros, HIJITOS, porque vuestros pecados os han sido perdonados… (y)… porque habéis conocido al Padre.” (1Juan 2:12,13). Resulta evidente, por lo tanto que “los hijitos” o sea los cristianos recién convertidos, pueden entender la Biblia. ¡Esto quiere decir, que usted y yo, querido lector, podemos entender la Biblia! Claro está que tal vez no como lo hacen los eruditos, y habrá indudablemente cosas que no entenderá; pero descubrirá que es mucho más lo que si puede entender que lo que no puede entender.
Una vez que el hecho de que podemos estudiar la Biblia a solas comience a entusiasmarnos, nuestra vida cristiana adquirirá una dimensión enteramente nueva. Estos apuntes tienen como fin ayudar al lector a estudiar la Palabra de Dios y a experimentar ese mismo tipo de experiencia cristiana transformadora.

UNA ADVERTENCIA: el estudio que aquí se propone iniciar requiere esfuerzo. No se puede aprender sin estudiar. El estudio exige el esfuerzo más grande que se nos puede pedir: EL DE PENSAR; pero es la única forma en que se puede aprender. Si sigues el programa que se presenta en estos apuntes, comprobarás que realmente vale la pena, y adquirirás los principios esenciales de la Biblia. Estos no solamente enriquecerán tu propia vida espiritual, sino que te permitirán servir al Señor Jesucristo más eficazmente.
Se trata de dedicarle 15 minutos diarios a “la lectura” de la Palabra, otros 15 minutos de “estudio” y algunos momentos libres para el aprendizaje. Si persistes en tu esfuerzo con denuedo, al final de tres años habrás logrado lo siguiente:
1- Habrás leído toda la Biblia.
2- Habrás leído los libros claves varias veces.
3- Habrás atesorado los principios, promesas y mandamientos principales de la Biblia.
4- Habrás estudiado los capítulos más importantes.
5- Habrás aprendido varios versículos claves.
6- Habrás adquirido los principios esenciales de la Biblia.
7- Habrás desarrollado un hábito de estudio bíblico que te servirá para toda la vida y que te enriquecerá en todo sentido.
Vamos, por lo tanto, a LEER, ESTUDIAR, APRENDER Y PENSAR. Descubrirás que los resultados que arrojan dichos métodos harán que realmente valga la pena el tiempo que se invierte.
Levanto mi oración para que todo aquél que esté leyendo sea iluminado en su corazón con un sano deseo de conocer más al Padre y su maravillosa palabra. ¡Adelante con tu propósito! ¡Hasta la próxima entrega de Cómo Estudiar La Biblia!

LA ALEGRIA DE UNA VIDA SENCILLA

En una socie d ad ha m bri e nt a d e p os ee r co sa s, h oy y si e m p re – n o es fá c i l p ara e l crist i ano “est a r cont e...