miércoles, 18 de agosto de 2010

El movimiento pentecostal

Para quienes estudiamos el desarrollo de la misión cristiana en nuestro siglo y tratamos de visualizar lo que será durante el próximo, resulta indispensable comprender la realidad del movimiento pentecostal. Desde esta perspectiva misio lógica hay por lo menos tres razones para ello. Primero, su formidable expansión y vigor evangelístico, especialmente entre las masas urbanas pobres del mundo. Segundo, su énfasis en el ministerio del Espíritu Santo, tema redescubierto también por la misiología y la teología en la segunda parte de este siglo. Tercero, sus particulares convicciones respecto a la permanente validez de algunas características del modelo misionero de Lucas y Hechos.

Nunca olvidaré mi experiencia en el Congreso Mundial de Evangelización en Berlín, 1966, habían convocado al evangelista Billy Graham y algunos líderes evangélicos notables. En este importante encuentro de iglesias y movimientos evangélicos, precursor del movimiento de Lausana, una parte del programa era escuchar datos acerca del avance de la evangelización en el mundo. Para muchos de los presentes fue una sorpresa que país tras país y continente tras continente, los informes daban cuenta de una notable expansión de las iglesias pentecostales. En muchos lugares, los pentecostales superaban numéricamente a todos los demás protestantes juntos. Muchos evangélicos ni se habían dado cuenta de la presencia pentecostal en sus países y en Berlín tomaron conciencia de ello.

Era frecuente que entre evangélicos se hiciese referencia a los pentecostales como a una "secta". En la más reciente biografía de Billy Graham se describe en detalle las dudas y conflictos que el evangelista y su organización enfrentaron, antes de decidirse a invitar a conocidos predicadores pentecostales a participar en el programa del mencionado Congreso de Berlín. No era diferente la actitud entre los protestantes ecuménicos. De hecho, hasta 1961 en el vocabulario de las publicaciones del Protestantismo ecuménico se usaba la palabra "secta" en referencia a ellos. Esto cambió después de esa fecha cuando dos iglesias pentecostales chilenas entraron a ser miembros del Consejo Mundial de Iglesias.

Siguiendo la clasificación propuesta por el estudioso David Barett, se pueden distinguir tres "olas" en el movimiento pentecostal de nuestro siglo. La primera es el pentecostalismo clásico que se vincula a la experiencia de "hablar en lenguas" que tuvo Agnes Oxham durante un servicio de sanidad divina en Topeka, Kansas, Estados Unidos, en vísperas del año nuevo de 1900. Este movimiento se extendió rápidamente en sectores populares de los Estados Unidos y pronto fue llevado con celo misionero también a otras partes del mundo. Puede decirse que esta ola es una forma popular del Protestantismo que conforman denominaciones como las Asambleas de Dios o la Iglesia Cuadrangular. Brotes espontáneos de este tipo se dieron en América Latina en casos como el de la Iglesia Metodista Pentecostal de Chile y el movimiento "Brasil para Cristo".

Algo diferente sería la segunda ola conocida también como "Movimiento Carismático" que hacia la década de los sesenta se extiende en el seno de las denominaciones protestantes antiguas como Luteranos, Anglicanos, Presbiterianos, Metodistas, o aun de la Iglesia Católica Romana. Figuras como Larry Christensen (luterano), Michael Harper (anglicano), Juan Carlos Ortiz (actualmente en una iglesia reformada) o el cardenal católico Joseph Suenens son representativos de esta ola. La glosolalia o la sanidad divina son parte de este movimiento, pero su característica sociológica no tiene las marcas de lo popular como en el caso anterior. Como en general no forma denominaciones separadas, conserva las características sociológicas de las denominaciones dentro de las cuales se manifiesta. La tercera ola se puede definir como neo carismática. Estaría representada por las nuevas iglesias sin tradición de denominación clara, aparecidas en años más recientes alrededor de figuras carismáticas como las llamadas "Agua Viva" en el Perú, "Eclessía" en Bolivia o la del pastor Jiménez en Argentina.

En lo que resta de este breve artículo queremos examinar la significación misionera del movimiento pentecostal, con referencia especial a la primera ola, es decir al pentecostalismo clásico. Mi propia observación y participación en iglesias pentecostales de las Américas me lleva a coincidir con el trabajo sistemático de estudiosos como Hollenweger en su descripción de este tipo de iglesias. Hay ciertas características de este movimiento pentecostal que responden a realidades propias de nuestro tiempo.

Por ejemplo, ha crecido en grandes concentraciones urbanas, mayormente entre las clases populares. Sus formas de culto y de organización, sus métodos de evangelización, su forma de predicación, responden acertadamente a su contexto. Su estilo de culto es espontáneo y no se ciñe a un orden escrito. Además es participativo, ya que cualquiera puede orar en voz alta, profetizar o alabar al Señor. Es decir, para ser participante no se necesita saber leer o tener educación.

La predicación es narrativa más bien que argumentativa o expositiva. En el estilo de los predicadores que tienen más éxito, se da la repetición de algunos pocos puntos claves, que para seguirlos no hace falta saber leer, ni siquiera la Biblia. Antes que cualquier otra denominación los Pentecostales contextualizaron su música utilizando guitarras y panderetas en vez del clásico armonio u órgano. Todo esto ha hecho de las Iglesias pentecostales una forma de protestantismo que atrae a los pobres, es decir, un "protestantismo popular".

Las notas anteriores también caracterizan a iglesias evangélicas populares que no se llaman Pentecostales. Un caso notable es el de las iglesias de gitanos en España y otros países de Europa, y el de las numerosísimas iglesias independientes en África. Pero las notas más distintivas del pentecostalismo son el énfasis en la sanidad, en la glosolalia o "hablar en lenguas", y en la profecía, que ellos ven como señal de la presencia del Espíritu Santo en su medio. Aquí está la cuestión fundamental que este movimiento nos plantea a los evangélicos.

En teoría todos aceptamos la verdad de la iniciativa del Espíritu Santo en la misión, enseñada con claridad por Jesús (Juan caps. 14,16) y destacada por Lucas en su relato misionero de Lucas Hechos. La pregunta es si esta capacidad de los Pentecostales de responder al hambre espiritual de las masas pobres, se debe precisamente a que el Espíritu Santo los ha hecho surgir en nuestro siglo y con ello nos está enseñando una lección importante a todos los demás cristianos. Lo que causa más controversia es saber si además de adaptar las características de un estilo misionero contextual, otras iglesias necesitan buscar una experiencia extraordinaria de poder del Espíritu Santo, que incluya manifestaciones como las lenguas y la sanidad, a fin de poder responder mejor a los desafíos misioneros de hoy.

El criterio histórico nos ayuda a poner las cosas en perspectiva. Un estudio valioso que viene al caso es del gran erudito católico Ronald Knox, cuyo título hace referencia al "entusiasmo" que asociamos con el movimiento pentecostal. Knox ofrece un panorama de lo que podríamos llamar una "tendencia pentecostal" que siempre ha estado presente en la vida de la Iglesia, desde el siglo primero, y que empezó en Corinto. Es una tendencia que incluye a movimientos que los evangélicos describimos como "avivamientos", que parecen reaparecer en tiempos de crisis, y que muchas veces son la cuna de grandes avances misioneros. Dios ha utilizado medios muchas veces humildes y despreciados como esos, para producir lo que nosotros llamamos avivamiento o renovación de la Iglesia. Un reciente trabajo de Deiros y Mraida ofrece un resumen parcial de esta tendencia.

No hay que olvidar que el movimiento misionero protestante surgió entre los pietistas moravos de Europa central, grupos con algunas de las características de devoción y entusiasmo de los pentecostales. Para algunas personas hoy en día la palabra pietista es una palabra despreciable, equivalente a fanático, individualista o exageradamente piadoso. Sin embargo, la obra misionera debe mucho al avivamiento pietista que fue un redescubrimiento de la vida espiritual en toda su intensidad, en el seno de un protestantismo que dos siglos después de la Reforma ya estaba frío y fatigado. A su vez los pietistas moravos tuvieron influencia sobre la experiencia y la teología de Juan Wesley, cuya revolución espiritual conmovió el mundo de habla inglesa y se proyectó también hacia todo el mundo mediante las misiones.

El movimiento pentecostal sólo puede ser comprendido en su plenitud si se lo toma como lo que es fundamentalmente: un movimiento religioso, un movimiento de renovación o despertar espiritual. Es muy importante insistir en esto que parecería una perogrullada porque hay muchos estudios y escritos de autores marxistas, católicos o evangélicos que ven al movimiento pentecostal sobre todo como un movimiento de protesta social o de manipulación social. Casi en todo el mundo el crecimiento numérico de estas iglesias populares las convirtió en la forma predominante de protestantismo que, al alcanzar proporciones masivas, llamó la atención de sociólogos y politólogos.

Estudiosos como Williems y Lalive, sociólogos de profesión, provenientes ellos mismos del protestantismo, realizaron un trabajo esclarecedor. Después vino una ola de trabajos muchas veces hostiles que cargan la nota sobre los factores externos al movimiento. Son intentos de explicar el dinamismo transformador y misionero de las iglesias populares como simple reflejo de las condiciones sociales y económicas en que ellas surgen y se extienden.

A esto, desde el punto de vista misio lógico lo podemos llamar sociologismo, porque no se plantea la posibilidad de que estas iglesias tengan una dinámica espiritual propia y un mensaje espiritual que explique su poder expansivo y transformador. Nos parece más adecuado abrir nuestras mentes y nuestros ojos a la posibilidad de que el mismo Espíritu Santo que hizo surgir la visión misionera entre los pobres refugiados centroeuropeos que formaban el pueblo pietista y moravo, sea el Espíritu que hoy anima a las iglesias populares que crecen en respuesta a las profundas necesidades de las masas latinoamericanas. Creo que en este punto la reflexión teológica puede ayudarnos.

En la segunda mitad de nuestro siglo ha ido creciendo la convicción de que es el Espíritu Santo quien tiene la iniciativa en la realización de la misión cristiana, no sólo porque impulsa el dinamismo misionero en la Iglesia misma, sino porque está en acción en el mundo creando condiciones y preparando corazones. Aquí me parece pertinente citar a Emil Brunner uno de los grandes teólogos protestantes de nuestro siglo, cuyo libro El malentendido de la Iglesia resume su valioso aporte a la eclesiología.

Esta obra se publicó en 1951, pero recién fue traducida al castellano en 1993. Brunner nos recuerda que para comprender lo que es la Iglesia no podemos prescindir de un concepto de continuidad desde sus orígenes en Cristo mismo hasta el presente, y ello nos lleva a examinar el papel de la tradición. Aquí Brunner plantea una cuestión fundamental que él cree respaldada por el Nuevo Testamento, "que no es simplemente cuestión de la continuidad de la palabra la permanencia de la doctrina original sino también de la continuidad de una vida: es decir la vida que fluye del Espíritu Santo".

Brunner sostiene que el Espíritu Santo es quien proveía el dinamismo a la iglesia primitiva, y nos desafía a reconocer nuestra carencia actual de ese dinamismo: "Debemos enfrentar el testimonio del Nuevo Testamento con suficiente sinceridad para conceder que en esta "neuma" que poseía conscientemente la Eclessía, hay fuerzas de tipo extra racional que faltan mayormente entre muchos cristianos hoy día". Al exponer la forma en que se extendió originalmente la comunidad de Jesús, Brunner destaca por igual la instrumentalidad de la Palabra de Dios al mismo tiempo que el poder sobrenatural del Espíritu. La conversión requiere una palabra específica pero también un poder que va mucho más allá de la palabra del predicador.

Aquí las poderosas energías del Espíritu son más importantes que palabra alguna, aun cuando estas energías en tanto que son del Espíritu Santo deben su origen a la Palabra de Dios. Los evangelistas y misioneros hoy en día generalmente reconocen este hecho mejor que los teólogos que no sólo subestiman el poder dinámico del Espíritu Santo, sino que frecuentemente lo desconocen totalmente.

En las décadas que siguieron a la publicación de esta obra de Brunner la misiología protestante se renovó notablemente, precisamente con el aporte de misioneros y evangelistas que partiendo de una autocrítica de su propia tarea misionera, exploraron con sentido de urgencia y apertura el material del Nuevo Testamento y redescubrieron el tema del Espíritu Santo y su papel en la misión. Sólo a manera de ejemplos, me limito a mencionar algunos cuya contribución ha sido reconocida por los estudiosos de todo el mundo.

Roland Allen, un ex misionero en la China cuyas obras fueron escritas en la década de los años veinte, pero sólo llegaron a difundirse en la década de los años sesenta. Dos de sus trabajos más conocidos son "La expansión espontánea de la Iglesia" y "Missionary Methods St. Paul's or Ours? y en ellos compara las metodologías de las misiones Anglicanas de su época, con las del Nuevo Testamento. El marcado contraste entre la espontaneidad primitiva y la lentitud burocrática y tradicionalista de algunas misiones modernas lo refiere Allen tanto a cuestiones de estructuras inadecuadas como a la falta de fe en el poder movilizador del Espíritu Santo. Las ideas de Allen fueron influyentes sobre el pensamiento del misiólogo latinoamericano Kenneth Strachan, quien articuló la visión del movimiento "Evangelismo a Fondo" en los años sesenta. Todavía no se ha hecho un estudio adecuado de este importante movimiento.

Harry Boer fue misionero Reformado en Nigeria y su obra clásica es Pentecost and Mission. La tesis de este trabajo es que en el estudio de las misiones se ha prestado mucha atención a la Gran Comisión, pero no suficiente a Pentecostés, y que el punto de partida de la misión en el Nuevo Testamento es el hecho de Pentecostés. Propone una revisión no sólo de la teología de la misión, sino de la teología en general a la luz de este hecho.

Su investigación cuidadosa del material bíblico respondía a la convicción de que "Se ha escrito mucho acerca de la obra del Espíritu Santo en la salvación de los seres humanos, pero muy poco acerca de su significado crucial para el testimonio misionero de la Iglesia. El asunto no se ha ignorado del todo pero, aunque merecería ser central para la reflexión misionera, se lo ha relegado a la periferia".

En tercer lugar menciono a Lesslie Newbigin, quien fue misionero en India y luego elegido por los mismos hindúes como primer obispo de la Iglesia del Sur de la India. Al regresar a Inglaterra luego de treinta años, se confrontó con el hecho del secularismo en una parroquia obrera de ese país. Newbigin es conocido ahora por su excelente análisis misio lógico de la modernidad y el pluralismo.

Una de sus primeras obras fundamentales es La familia de Dios, el primer trabajo eclesiológico de envergadura que tomó en serio las lecciones aprendidas en el campo misionero para formular una nueva comprensión de la naturaleza de la Iglesia. Quería ser una eclesiología que sirviera de orientación tanto para las iglesias que sobreviven en un mundo post cristiano, como al movimiento ecuménico que buscaba la unidad de las iglesias para la misión.

En esta obra Newbigin es el primero que tomó en serio la realidad pentecostal y su aporte nuevo y distintivo para la eclesiología y la misiología. Junto al catolicismo con su énfasis principal en la estructura, y al protestantismo con su énfasis en el mensaje dado, había surgido una tercera corriente de tradición cristiana que tiene mucho en común con las otras, pero también tiene su énfasis propio: "…el elemento central suyo es la convicción de que la vida cristiana es la experiencia del poder y la presencia del Espíritu Santo".

En mis años de trabajo misionero he venido a tener gran respeto por el movimiento pentecostal. Los demás evangélicos tenemos que reconocer que los pentecostales constituyen la mayor parte del movimiento evangélico en América Latina. Sin ser yo mismo pentecostal, ni sentir la necesidad de buscar una experiencia extraordinaria, reconozco con gratitud que Dios está usando poderosamente este movimiento para responder a la situación misionera en el mundo de hoy.

La existencia misma de los pentecostales ha obligado a los estudiosos a tomar de nuevo en serio ciertas dimensiones del texto bíblico, especialmente los escritos de Lucas y Pablo. Creo que están equivocados los que tratan de explicar toda la realidad pentecostal mediante factores puramente sociológicos o psicológicos. Están cayendo en la tentación de utilizar la cosmovisión de nuestra época para explicar a otros, pero considerándose a sí mismos como fruto de la acción del Señor. Quienes venimos de otras tradiciones denominacionales necesitamos humildad y amplitud de criterio para discernir lo que está diciendo hoy el Espíritu a sus iglesias.

Recientemente me ha sorprendido el resultado de un estudio que llevé a cabo en los libros de Lucas y Hechos. Traté de encontrar todo lo que se decía de aquellas personas a quienes se describe como "llenos del Espíritu". Por ejemplo, el anciano Simeón, que todo lo que hace es esperar al Mesías y reconocerlo.

Cuando aparece el Mesías, se llena del Espíritu. Se dice también esto de Isabel, la madre de Juan el Bautista, que cuando la virgen María llega a visitarla, es llena del Espíritu. Se dice también de Juan y de Pedro en el libro de Hechos. Se dice de los diáconos y en especial de Esteban. Es sorprendente la variedad de acciones para las cuales capacita esta plenitud del Espíritu. Desde la sencilla actitud de esperar contra toda la esperanza como Simeón, hasta la de colaborar en la obra social de la Iglesia como los diáconos de Jerusalén, pasando por el ministerio de predicación, santidad y confrontación del mal en la obra de Jesús.

El peso del testimonio bíblico indica que cuando los cristianos y las iglesias se lanzan a la misión es porque se están dejando impulsar por el amor del Padre, el ejemplo del Hijo y el impulso del Espíritu Santo. Son iglesias y cristianos abiertos a la dirección y el desafío de su Señor.

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