martes, 24 de agosto de 2010

EL MINISTERIO DEL ESPÍRITU SANTO

Cuando los padres escogen un nombre para un hijo, consciente o inconscientemente, esperan que dicho nombre signifique algo en la vida del ser querido. Lamentablemente, no siempre es así. En mi pueblo natal vivía un hombre cuyo nombre era Jesús, pero su conducta no tenía nada que ver con el nombre, era lo peor del pueblo. Por otro lado, he conocido creyentes que no se llamaban Jesús, cuyas vidas reflejaban Su luz, como la luna la luz del sol.

Cuando se crea una institución eclesiástica, los que la fundan, también buscan un nombre para expresar los objetivos de la nueva creación. Lamentablemente, no siempre coinciden los objetivos con la realidad. Uno no es evangélico por cubrirse bajo el nombre de una institución eclesiástica. Es posible engañar a algunas personas por algún tiempo, pero resulta imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Ser evangélico es algo serio, no es una etiqueta.

De la misma manera, no son pentecostales todos los que se cobijan bajo ese nombre, aunque supongo que la mayoría lo son. Por otro lado, son pentecostales algunos que no usan ese nombre. Creo que todo buen cristiano es pentecostal, no importa cuál sea el nombre de la institución eclesiástica a la que pertenezca, o cuáles sean las formas de adoración de las que participe.

Si ser pentecostal es cuestión del nombre, Juan Wesley no fue pentecostal, porque jamás usó ese nombre. Tampoco perteneció a la denominación metodista, ésta se estructuró después. Wesley murió sin haber renunciado a ser anglicano. No es cuestión del nombre, pero sabemos que él fue el instrumento del Espíritu Santo para lograr el avivamiento llamado, como mote, metodista.

Juan Wesley no se hizo ordenar obispo metodista, él fue sólo un presbítero de la Iglesia Anglicana, que procuró un avivamiento espiritual. Fue, sobre todo, un instrumento de Dios. No procuró el poder eclesiástico, sino el poder del Espíritu Santo. Si ser pentecostal es tener una vivencia con el Espíritu Santo, creo que ningún cristiano, bien informado, negaría ese nombre a Juan Wesley.

Pero lo importante no es el significante (el nombre), sino el significado de ser pentecostal. Wesley vivió con su corazón ardiente, por la obra del Espíritu Santo. Su experiencia transformadora, ocurrida en una capilla de la calle Aldersgate, en Londres, el 24 de mayo de 1738, produjo tal impacto que un gran avivamiento espiritual se extendió por Europa y América, y ha llegado hasta nuestros días.

El relato de (Hechos 2) suele ser considerado como el nacimiento de la iglesia. Pero, ¿sería correcto afirmar que los apóstoles no eran cristianos antes de Pentecostés? Además, la Santísima Trinidad no es un invento de los teólogos, porque el Espíritu Santo existe desde siempre.

Nuestro Señor nos dice claramente: "David mismo dijo por el Espíritu Santo: El Señor dijo a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies" (San Marcos 12:36). Lo que se dice en el prólogo al Evangelio según San Juan acerca del Verbo Encarnado, también se podría afirmar acerca del Espíritu Santo: "En el principio era el Espíritu Santo y el Espíritu Santo era con Dios y el Espíritu Santo era Dios…"

¿Acaso podemos sostener que el Espíritu Santo no estuvo presente en el llamado de Abraham (Gén.12:1), de Moisés (Éxodo 3:10,16), de Amós (Am.7:15), de Isaías (Is.6:9), de Jeremías (Jer.1:7), de Ezequiel (Ez.3:1,4) a quienes Dios repite la misma orden: Ve?

Podemos afirmar que Pentecostés es el inicio formal del Pueblo del Nuevo Pacto, pero había cristianos antes de la experiencia de Pentecostés. Por eso, todos los que pertenecemos a ese pueblo, redimido por la sangre de Cristo, tendríamos el derecho de llamarnos, si quisiéramos, pentecostales. Pero no es el nombre de una denominación lo que salva, sólo Cristo salva. Si lo que importara fuera el nombre, todos los que no pertenecemos a la institución eclesiástica que tiene por nombre: Iglesia de Cristo, no seríamos cristianos.

Sabiendo que lo importante no es el nombre, sino el encuentro con Dios en Cristo; y reconociendo que es la vivencia con el Espíritu Santo lo que da vida a la Iglesia, me propongo ahora hacer un breve análisis de lo que el Señor enseñó acerca del ministerio del Espíritu Santo.

Con la encarnación de Jesucristo se produce la máxima revelación divina. Por eso, al estudiar la doctrina del Espíritu Santo, debemos darle prioridad a las enseñanzas de nuestro Señor. Sabemos que dichas enseñanzas se conservaron por tradición oral, durante más de treinta años, siendo puestas por escrito, por primera vez, por San Marcos.

El cristiano, por serlo, debe ser Cristo céntrico, es decir, debe darle mayor importancia, en su reflexión teológica, y en su vida personal, a lo que enseñó Jesucristo. Lo que haya dicho un apóstol debe ser interpretado a la luz de la enseñanza del Maestro. Aunque, a veces, encontramos muy buenas ampliaciones de las enseñanzas del Señor en las de sus apóstoles.

Por ejemplo, Jesús nos dice: "Por sus frutos los conoceréis" (San Mateo 7:16). San Pablo amplía el concepto, en la que quizás sea su primera epístola, de las que han llegado hasta nosotros, donde se refiere al fruto del Espíritu Santo que distingue al cristiano del pagano. En éste último se manifiestan las obras de la carne. (Cf. Gálatas 5). Llama la atención, el plural, cuando se hace referencia a las obras de la carne.

Debemos tener presente que el fruto del Espíritu, la prueba de Su presencia en nuestras vidas, está en singular. Un buen test para conocer si uno es o no, plenamente pentecostal, o plenamente evangélico, consiste en observar si tenemos: "Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza" (Gál.5:22 23, según Reina Valera). Todas esas cualidades, juntas, son el testimonio de la presencia del Espíritu Santo en el creyente.

Un principio hermenéutico fundamental es el siguiente: "Los pasajes oscuros se interpretan a la luz de los claros". Por lo tanto, cuando tenemos dudas en cuanto a la interpretación de la enseñanza que nos ha dejado un apóstol de Jesucristo, debemos acudir, como la máxima autoridad, a lo que al respecto nos enseñó nuestro Señor. O a otros pasajes más claros del propio apóstol.

Algunos pasajes claves, de los Evangelios, nos pueden ayudar a ver la síntesis de lo que nos enseñó el Señor acerca del Espíritu Santo. A Nicodemo le dice: "…el que no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Juan 3:5). Por otro lado, afirma que: "es el Espíritu Santo el que convence al mundo de pecado" (Juan 16:8). La acción del Espíritu Santo, en quien lo busca, explica que se produzca un cambio en la vida del creyente. Por eso, en (Juan 3:8) se hace un juego con el doble significado de la palabra griega neuma, que significa viento y también espíritu. Luego, el arrepentimiento de pecado, por sí sólo, no alcanza para tener una nueva vida en Cristo. Es el Espíritu Santo quien nos renueva, después de habernos convencido de que como pecadores, necesitamos arrepentirnos y aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador personal.

El viento, como imagen de la acción del Espíritu Santo, me sugiere otra; la del cristiano como un velero. Si las velas no están izadas o han sido rotas, el viento no mueve al velero. Si éstas están izadas y todo está en orden, pero no sopla el viento, el velero no se mueve.

El pneuma divino siempre sopla, pero no siempre el hombre está dispuesto a hacer su parte. Podemos llevar el caballo al río para darle de beber, pero beber el agua es sólo cuestión del caballo. Algo similar ocurre con el ser humano, cuando no quiere recibir lo que el Señor le ofrece. "Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (San Juan 4:24).

El Espíritu Santo, que Jesús nos promete que "estará con nosotros para siempre" (Juan 14:16), ha estado desde siempre ejerciendo Su ministerio en el pueblo de Dios. Por lo menos, sabemos que el Espíritu Santo inspiró a David mil años antes de la encarnación de Jesucristo (San Marcos 12:36).

Es pentecostal quien tiene una vivencia personal con el Espíritu Santo. No debemos dudar que en toda experiencia cristiana se expresa el Espíritu Santo, pero no hay dos vivencias iguales. Por lo tanto, nadie tiene el derecho a absolutizar una experiencia personal, ni pretender hacer pasar a todos los hermanos por el mismo molde. El pneuma divino sopla como y cuando Él quiere, nadie puede manipularlo, ni domesticarlo a gusto personal. Dios es Dios, y nosotros, sólo somos pobres seres humanos limitados en amor, en sabiduría y en poder.

Ser pentecostal no es cuestión de nombre, sino de una vivencia con el Espíritu Santo. Mientras continuemos bajo el pecado de la división de la Iglesia debemos tener presente en nuestras vidas, el fruto del Espíritu Santo. Por la presencia del Espíritu, debemos realizar un ministerio de comunicación en el amor de Cristo, en estos momentos de tantas tensiones entre creyentes. Hay muchos, que en lugar de fabricar puentes, se ocupan en profundizar los abismos de separación entre cristianos, y eso, hermanos, es pecado.

El ministerio de comunicación en el amor de Cristo, en mi opinión, debe consistir esencialmente en lo siguiente: 1) Procurar conocernos más los unos a los otros, 2) Amarnos más, 3) Respetarnos más, 4) Comprender que la obra de Dios es mucho más importante que todos los líderes eclesiásticos y las denominaciones, 5) Que el deseo del Señor, expresado en (Juan 17:21) y (Efesios 4:3 13), es la unidad de todos los cristianos, 6) Que la unidad procede del Espíritu Santo, según (Efesios 4:3.)

Este ministerio especial de fabricación de puentes de comunicación entre los cristianos, fue practicado por Juan Wesley en el siglo 18. Para probarlo, voy a reproducir algunos párrafos de su sermón titulado: El genio del Catolicismo, basado en (2 Reyes 10:15). Veamos parte de lo que dijo en ese sermón:

1 Pues que lo es, dame la mano. No quiero decir con esto: "Acepta mis opiniones". No es necesario. No lo espero ni lo deseo. Tampoco quiero decir: "Acepto tus opiniones". No lo puedo hacer. No depende de mí. Más fácil me sería dejar de oír. Sigue firme en tus opiniones, que yo seguiré firme en las mías. No hay necesidad de que procures persuadirme de que acepte tu modo de pensar. No deseo discutir, oír, ni decir una sola palabra sobre estos puntos. Dejemos todas estas opiniones a un lado. Sólo te pido que me des la mano".

"2. No deseo que aceptes mis métodos de adorar, ni quiero aceptar los tuyos. Esta es otra cosa que no depende de ti ni de mí. Debemos obrar según nuestras convicciones individuales. Permanece firme en aquello que crees aceptable en la presencia de Dios y yo haré lo mismo".

"3. Quiero decir, primeramente, ámame. No sólo como amas a todo el género humano. No únicamente como amas a tus enemigos o a los enemigos de Dios, a los que te aborrecen, a los que te vituperan y te persiguen. Ámame, no como a un extraño de quien no sabes nada de bueno ni de malo esto no me satisface. Si tu corazón "es recto con el mío, como el mío lo es con el tuyo", entonces ámame con un cariño muy tierno, más que a tu propio hermano, como a un hermano en Cristo, como a un conciudadano de la Nueva Jerusalén, como a un compañero en el ejército, que pelea bajo el mismo Capitán por la salvación de las almas. Ámame como a un compañero en el reino y la paciencia de Jesús, como a un coheredero de su gloria…"

"4. En segundo lugar, te pido te acuerdes de mí en tus oraciones. Lucha con Dios para que me bendiga, que corrija todo lo malo que haya en mí y supla todo lo que le falte. Cuando más cerca estés del trono de la gracia, ruégale a Aquel que estará entonces contigo, que mi corazón sea más y más como el tuyo, más recto para con Dios y para con los hombres. Que tenga yo una convicción más clara de las cosas que no se ven y un sentimiento más íntimo del amor de Dios en Jesucristo…"

"5. Quiero decir, en tercer lugar, que me provoques al amor y a las buenas obras siempre que se presente la oportunidad. Confirma tu corazón diciéndome cariñosamente todo lo que creas que convenga a la salud de mi alma. Vivifícame en la obra que Dios me ha mandado hacer e instrúyeme para que la haga con mayor perfección…"

"6. Ámame, por último, no sólo de palabra, sino de hecho y de veras. Sigue firme en tus opiniones y tu manera de adorar, pero hasta donde te lo permita tu conciencia, trabajemos juntos por el Señor y démonos la mano…"

"7. Hay dos cosas que observar respecto de lo que queda expuesto en el párrafo anterior. La una es que estoy dispuesto a corresponder a mi hermano, mediante la gracia de Dios y hasta donde me alcancen mis fuerzas, todo el cariño, todos los servicios de amistad, toda la ayuda, ora temporal ora espiritual, que espero de él. La otra es que espero todo esto no sólo para mí, sino también para todo aquel cuyo corazón sea recto para con Dios y los hombres, a fin de que nos amemos todos como Cristo nos amó primero".

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