viernes, 22 de octubre de 2010

CRISIS DE NUESTRA EPOCA


Cuando se plantea con todo su peso el tema de la espiritualidad, es oportuno formularse un interrogante:
¿Se observan hoy signos de espiritualidad en medio del mundo convulsionado que nos rodea, o se ha perdido conciencia de ellos?
La respuesta enfática es que esos signos sí se observan, y que no se ha perdido conciencia de ellos. El mundo que nos circunda carece de la fuerza que pudiera destruir algo que es ínsito al hombre.
Con tono temeroso suele insistirse en que nos encontramos al final del siglo y del milenio, lo que en verdad carece totalmente de importancia porque la historia fluye ininterrumpidamente como si fuera un río de cauce continuo. Esta idea de que vivimos un momento especialísimo con connotaciones apocalípticas, es totalmente mítica y nos retrotrae a formas primitivas de pensamiento emparentadas con el “Eterno Retorno” de los antiguos.
Son evidentes las gravísimas lacras que enlodan a nuestra época, y que las imágenes televisivas reproducen hasta el hartazgo: exitismo, materialismo, hedonismo, perversiones, alcohol, drogas, desenfreno, corrupción, mentira, fraude, cohecho, egoísmo, injusticia, violencia, asesinatos. Pero nada de esto es novedoso por cuanto el hombre de todos los tiempos fue básicamente semejante, y ya los profetas de hace más de veinticinco siglos lo denunciaban en sus oráculos.
Sin duda, este complejo panorama se inscribe en la permanente lucha entre el Bien y el Mal, uno de los problemas fundamentales de la humanidad, que sólo encuentra respuesta a la luz de la Revelación.
Todo el mundo antiguo, así como el presente, estuvieron marcados por el dolor, el sufrimiento, la muerte, las guerras, la esclavitud, las conquistas, los exterminios, los genocidios, las segregaciones, los sometimientos. No hay pues, en la historia profana, un paraíso perdido y una actualidad maligna. Por otra parte, debe siempre valorarse todo lo que en el hombre hay de noble, y que lo expresan a diario los que trabajan, luchan, estudian, investigan, enseñan, curan, se esfuerzan, se solidarizan, crean belleza.
II) SUBSTITUTOS DE LA RELIGIÓN
Es precisamente ahora cuando florecen las pseudo filosofías orientales, las fantasías extra terrestres, la astrología, los cultos afro brasileños, la Nueva Era, el control mental, el fetichismo, el tarot y las múltiples técnicas de videncia.
Este aluvión de sucedáneos de la religión puede afectar gravemente a quienes carecen de principios y bases sólidas, y aquellos que los promueven, en su inmensa mayoría, se inscriben en la categoría de charlatanes, oportunistas y codiciosos.
Por razones estrictamente psicológicas es perfectamente aceptable que quienes recurren a estas formas irracionales puedan obtener auténticas mejorías o solución de sus angustias. Pero nada de eso podrá saciar su sed de infinito, tal como Jesús lo explicara con palabras cristalinas: “Cualquiera que bebiera de esta agua, volverá a tener sed”. De ahí la vigencia del mensaje del Evangelio.
Sin embargo, dentro de este caos de supersticiones se encuentra un aspecto positivo: la demostración de que el hombre, como extraviado peregrino, tiende hacia lo eterno y se aferra a lo que le ofrecen, le venden o descubre por accidente, aun cuando se trate de un camino perverso y equivocado.
III) ALTERNANCIA DE PERIODOS DE RACIONALIDAD Y DE SENTIMIENTOS
Por cierto la historia jamás se repite, no sólo porque su impulso dinámico y proyectivo es enorme, sino porque las circunstancias se van modificando en cada instante. Por otra parte, en la historia se da el proceso llamado de “aceleración”.
Sin embargo, es lícito advertir  como simple hipótesis , algunas regularidades que parecieran sucederse.
La humanidad nunca siguió una senda de permanente progreso, tal como alguna vez ingenuamente se lo supuso. Su durísimo y penoso avance se dio a través de ascensos y descensos, periodos de paz y de conflictos.
Es interesante comprobar que los momentos histórico culturales de elevada racionalidad, fueron seguidos siempre de otros en los que predominaba el ansia de vivir y la exaltación de los sentimientos.
Nietzsche, quien junto con Darwin, Marx y Freud fue uno de los grandes rebeldes contemporáneos, sostenía que en Grecia se oponían al espíritu Apolíneo y el Dionisíaco. Uno representaba el orden, la mesura, el equilibrio la lógica; el otro, la Vida y el desenfreno. Precisamente atribuía la grandeza de Grecia al espíritu Dionisíaco y no al Apolíneo.
IV) BREVE RECORRIDO POR LA HISTORIA EUROPEA
Nuestra soberbia occidental nos condujo a interpretar como “histórica” sólo la evolución de los pueblos europeos, despreciando a la antigüedad de Oriente, de África y de los millones de grupos aborígenes repartidos por todo el planeta. Así surgió la intención errónea de periodizar la historia, segmentación artificiosa que al fin se impuso.
El comienzo de la civilización de occidente se dio en Grecia cuando en el siglo IX a.C. ya se habían afirmado las principales etnias que entraron a constituirla, y se fue creando la atmósfera de los poemas homéricos con su mágico mundo de dioses, héroes y mitos.
Poco a poco se fue imponiendo el pensamiento estrictamente racional, y se señala al siglo VI a.C. como aquel en el que tuvo comienzo la Filosofía, todavía inseparable de la Ciencia. La culminación del Milagro Griego se dio en el Siglo de Pericles, con el apogeo de todas las disciplinas del saber y del obrar humanos.
Ese esplendor se trasladaría después de algunas centurias, a otros centros como Alejandría, hasta que al fin se impuso la grandeza de Roma, con la fuerza de sus conquistas y el genio de su Derecho.
El mundo antiguo se conmocionó por la caída del Imperio Romano, cuando se fracturó la unidad política y los pueblos bárbaros se precipitaron en oleadas. Los nuevos Estados, aislados unos de otros y de razas diferentes, gestaron sus propias lenguas. La cultura clásica quedó sumergida, pero poco a poco iría reapareciendo.
Comenzó entonces un extensísimo periodo de diez siglos al que después se lo designó como “Edad Media”, con lo que peyorativamente se sugería que no fue sino un momento oscuro entre dos acontecimientos luminosos: la Antigüedad Greco Romana y el Renacimiento.
Sin duda se trató de una época de muy escasa aceleración, pero en ella se constituyó el feudalismo, se afianzó el papado con su inmenso poder económico político, se fundaron las Universidades, apareció la Escolástica, se construyeron las maravillosas Catedrales Góticas, y además se mantuvo una particular concepción del Universo.
Sin embargo, el inmenso potencial de la evolución humana no permitiría que aquel orden permaneciera indefinidamente y así se fue ingresando en la modernidad. Pero no apareció ésta como un cambio brusco, sino que sus gérmenes se encontraban ya vitales hacia el final de la Edad Media.
El hombre se lanzó hacia nuevos rumbos en Filosofía, Ciencia y Artes. Avanzó hacia la autonomía del pensamiento, el perfeccionamiento de las ciencias físico matemáticas, la consolidación de las ciudades, la aparición de la burguesía, la transformación de la economía, la Reforma Religiosa, la incentivación de los viajes de descubrimientos, la llegada a las tierras que se llamarían América. Pero lo más revolucionario en todo el devenir humano, fue el cambio radical de la imagen del universo, aceptándose la visión helio céntrica de Copérnico, Kepler y Galileo. Inmediatamente surgió el Renacimiento Italiano, la más prodigiosa eclosión de belleza y arte de la que se tenga memoria.
Este nuevo orden tampoco habría de mantenerse por tiempo ilimitado, sino que se fue ingresando en un racionalismo esclavizante y frío. Pero ese exceso de racionalidad encontró otra escapatoria: el Romanticismo.
Ese movimiento apareció en la Alemania del siglo XVIII bajo el nombre de “Sturm und Drang” (“Tormenta e Impulso”). Florecieron entonces los  estudios   históricos, las  investigaciones sobre electricidad y biología, la filosofía culminó con el Idealismo de Hegel, la música alcanzó niveles de magnificencia. Hubo aquí una estética del sentimiento, una particular emoción para rever el pasado, un regreso hacia Grecia y Roma, un encantamiento por la campiña italiana, una identificación con el infinito.
En el siglo XIX las ciencias lograron sorprendentes desarrollos, y los Positivistas creyeron que ellas salvarían al hombre. Por fin se impuso la Técnica, heredera de la ciencia, dentro de la cual hoy vivimos y que alcanzó tales conquistas, que ni la más alocada novela de ciencia ficción jamás podría haber imaginado.
V) RESPONSABILIDAD ACTUAL DE LOS CRISTIANOS Y DE LAS IGLESIAS
Es muy difícil discernir con objetividad el momento del quehacer humano dentro del cual se vive, porque el observador mismo se encuentra inmerso en el movimiento que lo sustenta. Pero no podemos dudar en afirmar que la actitud científico técnica ha producido ya tal cansancio al hombre, que nuevamente tiende, como siempre lo hizo, hacia otras dimensiones del espíritu, aún las más extravagantes.
No es función de los cristianos ni de las Iglesias fisgonear en las conductas ajenas, ni constituirse en jueces de nadie, ni elaborar un Index de textos prohibidos. Caer como antaño en el terreno de las controversias, es hacer dispendio de tiempo y energías y perder de vista las metas elevadas a las que se debe tender.
Su tarea, entre otras, es la de encauzar todas las fuerzas que aparecen ante nosotros como desviadas, dentro de los márgenes correctos que la Revelación enseña. Para eso es necesario aferrarse a lo esencial y doctrinario, pero dirigiéndose a un mundo ávido de trascendencia, con visión renovada, fresca y vital.
Es indispensable saber interpretar las señales de la hora, aquéllas a la que el gran filósofo historicista alemán Guillermo Dilthey, llamaba “El Espíritu del Tiempo”.
Debiéramos preguntarnos con humildad por qué acontecen tantas desviaciones en un mundo que se va descristianizando. Una racionalización habitual, pero infantil y simplista, lleva a adjudicar todos los males a los poderes satánicos, actitud con la que cada uno se desliga de las graves responsabilidades que le competen y de los sentimientos de culpa.
No es ajena a todo esto la vigencia del pentecostalismo y del neo pentecostalismo, aun con todos sus excesos y atipicidades no ortodoxas. Es menester descubrir con honradez por qué esos grupos crecen aceleradamente, mientras las Iglesias tradicionales, receptoras de un legado de inconmensurable riqueza, apenas mantienen su membresía, o lo que es más trágico, ésta disminuyen ostensiblemente en medio de un mundo cuya población aumenta de manera explosiva.
El Eclesiastés registra estas palabras: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin”.

LA ALEGRIA DE UNA VIDA SENCILLA

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