viernes, 22 de octubre de 2010

PUERTA A LA LIBERACIÓN


“Yo paso por la vida como un transeúnte que se dirige a la eternidad, hecho a la imagen de Dios, pero con esa imagen degradada, que necesita que se le enseñe a meditar, a adorar, a pensar.”
Donald Coggan, Arzobispo de Canterbury

La superficialidad es la maldición de nuestra era. La doctrina de la satisfacción inmediata es el principal problema espiritual. Lo que hoy se necesita desesperadamente no es un número mayor de personas inteligentes, ni de personas de talento, sino de personas de vida espiritual profunda.
Las disciplinas clásicas de la vida espiritual nos llaman a movernos más allá de la vida superficial hacia las profundidades. Nos invitan a explorar las profundas cavernas del reino espiritual. Nos instan a que seamos la respuesta para un mundo vano. John Woolman aconsejó: “Es bueno que vivas profundamente, que puedas sentir y entender el espíritu de las personas”.1
No tenemos que dejarnos convencer de que estas disciplinas sean para los gigantes espirituales y que, por tanto, están fuera de nuestro alcance; o para las personas contemplativas, que dedican todo su tiempo a la oración y a la meditación. Todo lo contrario. Dios tiene el propósito de que las disciplinas de la vida espiritual, sean para los seres humanos ordinarios: para los que trabajan, los que cuidan niños, los que tienen que lavar platos y cortar el pasto. De hecho, las disciplinas se ejercitan de la mejor manera en medio de nuestras actividades normales diarias. Si han de producir algún efecto transformador, éste debe hallarse en las coyunturas ordinarias de la vida humana: en nuestras relaciones con el cónyuge, con nuestros hermanos, con nuestros amigos y vecinos.
Tampoco debiéramos pensar que las disciplinas espirituales son una insípida práctica monótona que tiene el propósito de exterminar la risa de sobre la faz de la tierra. El gozo es la nota clave de todas las disciplinas. El propósito de las disciplinas es liberar al hombre de la sofocante esclavitud a que está sometido: la esclavitud del egoísmo y del temor. Difícilmente pudiera decirse que aquello que libera al hombre interior de todo lo que lo ata es una insípida práctica monótona. El canto, la danza y hasta el grito son acciones que caracterizan las disciplinas de la vida espiritual.
En un sentido, las disciplinas espirituales no son difíciles. No necesitamos estar avanzados en teología para practicar estas disciplinas. Los recién convertidos debieran practicarlas. El requisito principal es tener anhelo de Dios. El salmista escribió: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42:1, 2a).
A los principiantes se les da la bienvenida. Yo también soy un principiante, especialmente luego de unos cuantos años de estar practicando todas las disciplinas. Estoy de acuerdo con Thomas Merton, quien dijo: “No queremos ser principiantes. ¡Pero convenzámonos de que nunca seremos ninguna otra cosa, sino principiantes, toda nuestra vida!”2
Leemos en Salmos 42:7: “Un abismo llama a otro…” Tal vez en alguna parte recóndita de tu vida, hayas oído el llamado a una vida más profunda, más plena. Tal vez te hayas cansado de las experiencias frívolas y de las enseñanzas superficiales. De vez en cuando has vislumbrado, indicios de que hay algo más profundo que lo que conoces. Internamente has anhelado lanzarte hacia la profundidad.

Los que han oído el distante llamado de las profundidades internas y desean explorar el mundo de las diferentes áreas de disciplinas espirituales, inmediatamente se enfrentan a dos dificultades. La primera está constituida por lo filosófico. La base materialista de nuestra era ha llegado a ser tan penetrante que ha producido en los individuos graves dudas con respecto a su capacidad para extenderse más allá del mundo físico. Muchos científicos de primera clase han pasado más allá de tales dudas, pues sabían que no podemos estar confinados a un área de espacio y tiempo. Pero la persona promedio se deja influir por la ciencia popular que tiene una generación de atraso en el tiempo y tiene prejuicios contra el mundo no material.
Es difícil exagerar lo saturado que estamos con la mentalidad de la ciencia popular. De la meditación, por ejemplo, en caso de que se le conceda validez en alguna forma, no se piensa que es un contacto con un mundo espiritual real, sino una manipulación sicológica. Por lo general, las personas tolerarían un leve interés en la “jornada interna”, pero luego llega el momento de entrar en los asuntos reales del mundo real. Necesitamos valor para movernos más allá del prejuicio de nuestra era, y afirmar con nuestros mejores científicos que existe algo más que el mundo material. Con honestidad intelectual, debiéramos estar dispuestos a estudiar y explorar este otro reino con todo el rigor y la determinación que concederíamos a cualquier otro campo de investigación.
La segunda dificultad es práctica. Simplemente no sabemos cómo explorar la vida interna. No siempre ha sido así. En el primer siglo, y aun antes, no era necesario dar instrucciones sobre cómo practicar las disciplinas de la vida espiritual. La Biblia llamaba al pueblo a tales disciplinas como el ayuno, la meditación, la adoración y el júbilo, y casi no daba ninguna instrucción sobre cómo practicarlas. Es fácil comprender la razón de ello. Esas disciplinas se practicaban con tanta frecuencia y constituían parte tan integral de la cultura general que la manera de practicarlas era un conocimiento común. El ayuno, por ejemplo, era tan común que nadie tenía que preguntar qué debía comer antes de un ayuno, ni cómo suspenderlo, ni cómo evitar el desvanecimiento mientras se ayunaba. Todos lo sabían ya.
Eso no ocurre en nuestra generación. Hoy hay una ignorancia abismal en lo que se refiere a los aspectos más sencillos y prácticos de casi todas las disciplinas espirituales clásicas. Por tanto, cualquier libro que se escriba sobre este tema tiene que tener en cuenta esta necesidad y ofrecer instrucciones prácticas sobre la técnica de las disciplinas. Sin embargo, desde el comienzo debemos hacer una advertencia: el hecho de conocer la técnica no significa que estemos practicando la disciplina. Las disciplinas espirituales son una realidad interna y espiritual; y la actitud interna del corazón es mucho más decisiva que la técnica para llegar a la realidad de la vida espiritual.
 (Este artículo es parte de un capítulo del libro “Alabanza a la Disciplina”, de Richard J. Foster, Editorial Betania, 1986, págs. 15 18)

LA ALEGRIA DE UNA VIDA SENCILLA

En una socie d ad ha m bri e nt a d e p os ee r co sa s, h oy y si e m p re – n o es fá c i l p ara e l crist i ano “est a r cont e...