miércoles, 26 de mayo de 2010

EL FRUTO DEL ESPÍRITU: CRISTO EN NOSOTROS

Por: Eduardo Rodríguez

"A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó" (Romanos 8:29-30).

Antes que el mundo existiera, Dios había ideado nuestra salvación; una salvación que nos haría semejantes a su Hijo. Dios creó a hombre para que estuviera identificado con él, para que tuviera su carácter, para que fuera capaz de sentir y actuar como él. Esta identificación, distorsionada por el pecado, fue restablecida por la obra redentora de Cristo. En su vida, Cristo se identificó con nuestra condición humana; en su muerte, se identificó con las consecuencias de nuestro pecado; y en su resurrección triunfante, hizo posible que por la fe volviéramos a nuestra identificación con Dios. Por el Justo, somos justificados; por el Hijo somos hechos hijos; por el Santo, somos santificados; por el Glorificado, somos glorificados.

Dios nos va conformando progresivamente a la imagen de su Hijo, y este proceso -que la Biblia llama santificación- es obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo está formando en nosotros el carácter del Señor Jesús. "Nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor" (2 Co.3:18). El proceso culminará en la perfección anhelada de la glorificación, cuando veamos cara a cara a nuestro Señor. "Amados ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2).

Antes de volver a su Padre, nuestro Señor Jesús prometió que Dios, por su Espíritu, moraría en nosotros y entre nosotros, y que por medio de nosotros continuaría la obra del Hijo. "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad…Mora con vosotros, y estará en vosotros… El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber" (Juan 14:16-17; 16:14). Pablo señala que somos, individual y colectivamente, la morada -"el templo"- del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16; 6:19; 2 Corintios 6:16). Entonces en un sentido la encarnación de Dios sigue en nosotros y entre nosotros.

Reiteramos que lo que es Espíritu Santo crea en nosotros es el carácter de Cristo. Somos muy diferentes, física y mentalmente, en nuestras capacidades, temperamentos y personalidades. Dios no nos conforma al mismo molde humano, y esta diversidad es la riqueza de la iglesia. Pero hay otro molde al cual Dios sí nos desea conformar, a todos por igual: el molde del carácter divino de su Hijo, lo que la Biblia llama "fruto". Dios es amor; su carácter es amor; todo lo que hace procede de su amor; y desea reproducir este amor -este "fruto"- en nosotros.

El Señor Jesús dice: "En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor…Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado…No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca… Esto os mando: Que os améis unos a otros" (Juan 15:8-10, 12,16-17).

"El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, f, mansedumbre, templanza" (Gá.5:22-23). Quizás sea mejor puntuarlo: "El fruto del Espíritu es amor: gozo, paz…"; el verbo está en singular, y todas las cualidades mencionadas son aspectos del amor.) Nuestro Señor Jesucristo es Dios; Dios es amor; el fruto del Espíritu es amor; el fruto del Espíritu es Cristo Jesús reproducido en nosotros.

Recordemos un detalle muy importante. En la Biblia, el amor no es principalmente una emoción. Amar como Dios es pensar como él, sentir como él, y luego actuar como él. Amar es decisión y acción. Amar es buscar el bien del otro antes que el mío. Amar es un acto de la voluntad llevado a la práctica. él fruto que el Espíritu produce en nosotros se ve en la práctica de nuestra vida. "Hijitos míos -nos dice Juan- no amemos de palabra, ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:18).

El fruto del Espíritu Santo de Dios es el carácter de nuestro Señor Jesucristo -el amor encarnado- reproducido en nosotros. Esta es la manifestación por excelencia de la presencia de Dios y del poder de Dios en nuestra vida. Esta es la manifestación de la plenitud del Espíritu Santo. Con esta manifestación, no hace falta otra. Sin ella, toda otra "manifestación" es hueca, es "como metal que resuena, o címbalo que retiñe" (1 Co.13:1).

Todo lo que respire en este mundo, alabe al SEÑOR; Creo en un poder que no se toca ni se ve, pero se siente en el corazón.

 

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