Capítulo 21.- Cielos Nuevos
Y Tierra Nueva
“Después
vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera
tierra habían dejado de existir, lo mismo que el mar”. (Ap. 21:1).
La
revelación que Juan escribe en su libro, no tiene su punto final con el espanto
y el terror de los que fueron rechazados por su incredulidad.
La
conclusión del relato en todo caso, será una descripción maravillosa de la
bendita felicidad de los creyentes que con valor han persistido hasta llegar al
cielo.
Ya
no se trata del orden social establecido en el mundo del hombre pecador. Todo
lo contrario. Se trata del hogar eterno en su plenitud y en su gloria. De lo
que el mismo Señor Jesucristo prometió a sus seguidores:
En
el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría
dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. (S. Juan 14:2).
Un
pasaje muy reconfortante y que nunca nos cansaremos de leer. Cuando se trata de
una de las más hermosas promesas para la fe cristiana. ¡La gloria del cielo! Es
en estas maravillosas páginas que se inspiró San Agustín para escribir una de
sus obras célebres: “La ciudad de Dios”.
Se
trata, por otra parte, de no olvidarnos de donde somos, y frecuentemente,
levantar nuestros ojos hacia el cielo. San Pablo también nos ayuda enseñando
acerca de este concepto de una fe con proyección eterna, de esta manera:
“Si,
pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está
Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no
en las de la tierra.
Porque
habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo,
vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con
él en gloria”. (Col. 3:1-4).
La
convicción de una eternidad que nos espera, nos hace personas con visión.
Amamos el cielo, porque allí se encuentra nuestra verdadera morada. Con su
realidad en el corazón marchamos lleno de esperanza por este mundo. Como
peregrinos. Con la certeza que ninguna prueba o dificultad será suficiente para
detenernos. Tal como lo describe Juan Bunyan en su libro “El progreso del
peregrino” -que les recomiendo leer para vivir una experiencia verdaderamente
apasionante en la fe – cristiano, el personajes principal pasa por muchas
tribulaciones. Pero sabiendo el que en su corazón el cielo es su hogar, cada
acontecimiento es solo permitido para llevarlo a las puertas de la gloria.
El
mundo tal como lo conocemos nosotros había dejado de existir.
Así
comienza declarando Juan en esta sección de su relato,tal como lo describe el
verso 1. En otras palabras el planeta tierra ha desaparecido. Tal es lo que
Juan está viendo. Por cierto, en este punto hay muchas apreciaciones
diferentes. Sin embargo parece estar muy claro que la transición es definitiva.
Más aún si tenemos en cuenta lo que nos enseña también Pedro en su epístola:
Pero
El Día del Señor vendrá Como un ladrón. En aquel día los cielos desaparecerán
con un estruendo espantoso, los elementos serán destruidos por el fuego, y la
tierra, con todo lo que hay en ella, será quemada. (2 Pedro 3:10) Es notable,
que al parecer, esta descripción implicará grandes cambios físicos en el
universo. Además, la idea es de una destrucción violenta y total. Hay en las
frases una fuerza muy ilustrativa “los cielos pasarán con grande estruendo”
(VRV), lo que puede referirse a una gran explosión, tanto por agentes internos
de la humanidad misma, o externos procedentes del mismo espacio donde gravita
la tierra.
Dice
también “los elementos ardiendo serán deshechos” (VRV), lo cual cómo podemos
ver involucra que la tierra “y las obras que en ella hay serán quemadas.” Así
que no sabemos, si los cielos nuevos y la tierra nueva se refieren a esta
tierra, la cual será renovada. O, en mejor de los casos, se trata de otra
totalmente distinta. Aunque personalmente, pienso que esto es lo más acertado
de afirmar. Pues, creo sin lugar a dudas que Dios hace verdaderamente las cosas
nuevas. La biblia afirma que el origen de todas las cosas es espiritual. Y así,
el espíritu del hombre redimido, vuelve a su casa, a su hogar celestial. Donde
lo espera una dimensión acabada de perfección.
A
este pensamiento, le sigue otro punto sumamente interesante. Que si luego de la
segunda venida de Cristo tendremos cuerpos espirituales, incorruptibles y
glorificados, esto solo tiene sentido, ante el hecho de que no estamos ya
confinados a un planeta, ni a casa material ninguna.
Antes,
podremos recorrer libremente las esferas ilimitadas del espacio creado y de la eternidad,
siguiendo los pasos de nuestro amado Señor. Meditemos en esto. Como El, luego
de la resurrección, subió al padre y regreso con un cuerpo glorificado pero muy
especial en sus capacidades.
El
relato del evangelio nos dice que pasó a través de las paredes, y se presento
en medio de la habitación donde estaban encerrados los discípulos por temor a
los judíos. Ellos se aterrorizaron pensando que era un fantasma. Para
tranquilizarlos Jesús les pide algo de comer. Y delante de sus ojos se come un
pescado y un panal de miel.
¿Qué
clase de cuerpo es uno que sube a la eternidad, hasta el trono del Padre, y
luego baja en medio del hombre mortal y participa de sus alimentos? Esto que
representa un gran problemas para un científico, no es más que una señal de
gozo para el cristiano!
Solo
su cuerpo resucitado y glorificado podía hacerlo. Este era el primer
precedente. Un cuerpo humano transformado y glorificado por el poder de Dios. Y
lo maravilloso es que la escritura afirma que el Señor Jesucristo fue el
primogénito entre “muchos hermanos”. Luego le seguimos nosotros!
Si
por fe podemos afirmar que “Pues, como él es, así somos nosotros en este
mundo”, (1 Jn 4:17). ¡Cuánto más en la eternidad! El cielo nuevo y la tierra
nueva es una clara descripción del cielo de Dios donde habitaremos los
creyentes sin limitaciones físicas ni humanas. Y transformados a su imagen.
Por
otra parte, los nuevos cielos y la nueva tierra ya habían sido profetizados por
Isaías (Is. 65:17; 66:22), pero la conexión no es con la eternidad, sino con el
milenio. La consecuencia ha sido que esto ha producido confusión en muchos
autores, ya que no lograron percatarse del doble plano que encierran dichas
profecías.
Es
decir, aplicaban en la misma profecía, sucesos separados históricamente entre
sí por muchos siglos. Así que no debemos confundir el milenio, que es un tiempo
de gobierno de Dios en la tierra, con el establecimiento eterno de los cielos
nuevos y la tierra nueva, que simplemente son manifestados ante los ojos de
Juan como una realidad ya existente, como hemos visto.
La Nueva Jerusalén
Vi
además la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de
Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido. (Ap.
21:2).
Sorprende
la descripción de la escena. La nueva Jerusalén es llamada aquí la ciudad
santa, pues representa la morada de Dios. La visión de Juan deja bien claro que
está describiendo algo que viene desde fuera de la tierra y que existía desde
antes en el cielo (Juan 14:2; He 12:22-24).
Aquí,
quiero transcribir un párrafo que me parece muy interesante acerca de la frase
“bajando del cielo” en este verso que hace el reconocido comentarista Mathew
Henry:
“La
misma expresión se halla en 3:12, y esta repetición es notable, pues favorece
la idea sostenida por muchos autores de que la nueva Jerusalén existía ya antes
de ahora en el cielo (Comp. con Jn. 14:2) y se hallará, durante el Milenio, en
torno a la tierra, como un satélite girando en su órbita, siendo retirada de la
escena durante la destrucción de la primera tierra y el primer cielo, para descender
después a la nueva tierra y posarse allí para siempre”.
Luego
se destaca la frase “hermosamente vestida (o acicalada) para su prometido”, (Ap.
19:7,8; Ef. 5:27). Preparación esta que solo se puede alcanzar a través de la
gracia (Ef. 5:26,27), que justifica y santifica a la iglesia, para presentarla
santa y sin mancha a su prometido.
De una u otra manera el cielo se manifestará en toda su
gloria. Y cada uno de los que hemos creído seremos parte de su irrupción en el
horizonte próximo de la historia humana. Historia que tiene un solo centro y un
único clímax: Jesucristo ¡Alabado sea su Nombre!