lunes, 28 de marzo de 2011

El Nuevo Nacimiento



Disertación pronunciada por Billy Graham en la Universidad de Cambridge en el año 1961.
Una de las más sorprendentes afirmaciones salidas de los labios de Jesucristo fueron estas palabras que dirigió al sabio Nicodemo: “El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Si Jesús hubiera dicho: “A menos que usted, Nicodemo, nazca otra vez”, podríamos considerar que la afirmación no viene al caso, que fue una afirmación dirigida a un individuo y que no tiene aplicación general. Pero Jesús dijo “el que no naciere”, lo que indica cualquier hombre, en cualquier lugar, en cualquier tiempo.
Algunas personas prefieren creer que el nuevo nacimiento es un  requisito para entrar al cielo que Dios pone solamente a las personas incultas. Pero Jesús no dijo: “El hombre malo que no naciere otra vez”. El dijo: “El que no naciere otra vez”. En verdad, Cristo dirigió estas palabras a un hombre muy respetado, a Nicodemo. Nicodemo era fariseo, miembro de la secta más estricta de los judíos.
No solamente era miembro de esta secta, sino que era oficial de ella, miembro del cuerpo de los gobernantes de los judíos. Esto quiere decir que él satisfacía las exigencias culturales, físicas y religiosas de su tiempo.
Nicodemo practicaba fielmente su religión: ayunaba, guardaba el sábado, oraba, diezmaba y creía firmemente en las Santas Escrituras. En nuestros tiempos sería un miembro respetable de cualquier iglesia. En cuanto a la cultura y la etiqueta, se portaba correctamente. Era la personificación del decoro. Sin embargo, Jesús incluyó a Nicodemo cuando le dijo: “El que no naciere otra vez no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3).
Nicodemo no demoró en hacer la pregunta que muchos me han dirigido también a mí: “¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?” No le interesaba tanto el nuevo nacimiento como la manera en que se realizaba. Quiso mirar el asunto objetivamente más que subjetivamente. Preguntó: “¿Cómo puede el hombre…? Más bien que” ¿Cómo puedo yo…?” Prefería discutir el nuevo nacimiento más que experimentarlo.
Hay muchas personas hoy en día que insisten en entrar en el reino de Dios por medio de la cabeza antes que por medio del corazón. Insisten en estar convencidos antes de convertirse. No deseo desalentar al que sinceramente busca la verdad. Invitamos a que se proceda a la investigación. Pero con frecuencia, el hombre que pone en tela de juicio todo lo que Jesucristo ha dicho, está procurando evitar la verdad más que descubrirla.
Si usted tiene que entender toda la técnica de la radio, antes de sintonizarla, probablemente nunca llegará a escucharla. Si usted espera hasta entender perfectamente la técnica de la televisión es probable que nunca va a ver un programa en ella. Si usted se niega a viajar en un avión sin antes tener una licencia de piloto y saber todo lo que hay que saber en cuanto a sus motores, sus instrumentos, etc., es muy probable que nunca hará el viaje.
Se ve que el nuevo nacimiento no es algo que usted pueda hacer por sí mismo… es algo que tiene que ser hecho por Dios. La parte que a usted le corresponde es la de creer y recibir, más que comprender y hacer. ¿Le parece muy extraño esto? Cada día permitimos que otros hagan por nosotros lo que no podemos hacer nosotros mismos y no hay necesidad de que entendamos cómo se hacen estas cosas.
Por ejemplo, usted necesita una operación quirúrgica.
¿Qué hace? Primeramente acepta el diagnóstico de su médico. Luego se pone en manos de su cirujano sin reserva. ¿En qué forma lo beneficiaría saber precisamente cómo el cirujano va a operar? ¿Le ayudaría a usted recibir un anestésico local para poder mirar al cirujano durante la operación y darle consejos?
Por supuesto que esto serviría para estorbar, más que para ayudar. Si usted está enfermo, lo sabe y busca ayuda de una persona que es capaz de ayudarlo; pone usted su caso en las manos de ella. Ella hace por usted lo que usted no puede hacer por sí mismo.
La objeción que hacen con más frecuencia en cuanto al nuevo nacimiento es la presencia del elemento misterioso. “¿CÓMO PUEDEN SER ESTAS COSAS?” me preguntan. “¿Cómo puedo creer algo que no entiendo? me preguntó un estudiante. Naturalmente el estudiante razona dentro del contexto de libros de texto y de pruebas; pero debe saber que la vida no puede limitarse a libros y a pruebas, a fórmulas y ecuaciones.
¿Cómo se demostraría en el laboratorio el amor de una madre? El amor no es tangible pero es real. En cierto sentido es etéreo, pero es una cosa que podemos experimentar y sabemos que existe.
¿Cómo probaría usted que la esperanza existe eternamente en el corazón humano? ¿Se puede realmente demostrar por medio de las leyes de la ciencia que tal cosa como la esperanza humana existe? Yo lo dudo. Sin embargo la esperanza es un esfuerzo que impulsa a la industria, edifica naciones y vivifica la raza humana.
Este elemento de misterio existe en toda la vida. Quién puede explicar cuál existió primero: ¿el huevo o la gallina? ¿Quién puede explicar el milagro de la vida física? Ni el más sabio especialista en obstetricia puede hacer que sea racional el milagro del nacimiento físico. Éste es algo que podemos aceptar como real pero incomprensible.
La vida no se presta para conformarse a las pequeñas matrices de nuestro raciocinio limitado. En el “libro de la vida” no se encuentran las contestaciones a todas las preguntas y problemas en la parte final, como sucede en un libro de texto de aritmética, por ejemplo.
“El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios” (Juan 3:3). La vida consiste en una serie de renacimientos y nuevos despertares.
La niña que hace poco jugaba con sus muñecas un día cruza el umbral de la pubertad y experimenta un nuevo nacimiento. Su atención pasa de las muñecas a los jovencitos. La naturaleza ha obrado un cambio en ella, la ha transformado.
Ella cambia en apariencia, cambian sus deseos, y también cambian sus compañeros. Un milagro, dice usted. Sí, pero es un milagro perfecto y natural. Ella pasa, casi en un instante, del reino de la niñez al reino de la juventud.
Conozco a un soltero que por muchos años vivía encerrado en un cascarón de egoísmo.
A él no le importaban ni su apariencia ni sus modales. Pero un día se enamoró de una señorita muy hermosa. De repente comenzó a ponerse corbata y a enviar a planchar sus ropas con frecuencia. Compró un automóvil y un traje nuevo. Sus amigos comenzaron a preguntarse: “¿Qué pasa con Tomás?” Pues Tomás había descubierto el reino del romance; había experimentado un nuevo nacimiento.
¿No es maravilloso observar a otros cuando están experimentando estos períodos de despertamiento? Ese joven que deja de soñar y se dedica a conseguir una educación, esa víctima del alcoholismo que de repente se da cuenta de su condición y vuelve a poner sus pies en el camino de la sobriedad y la decencia, el holgazán que se esfuerza por hacerse digno de ser llamado hombre… todas estas personas descubren un reino que vale la pena conseguir mediante cierta clase de renacimiento.
La naturaleza está repleta de ejemplos maravillosos del nuevo nacimiento. Cada ejemplo es una maravilla, contiene su elemento misterioso.
Consideremos a la insignificante oruga; toda su fama se limita al hecho de que a un tractor se le dio el nombre de tractor oruga. Parece que su vida es vacía e inútil. Vive amenazada por hombres, bestias y aves. Pero un día este animal inútil trepa a un árbol y la naturaleza lo envuelve con un vestido fibroso.
Duerme, y en unas cuantas semanas el vestido fibroso estalla y de este capullo de oruga sale una nueva criatura alada, hermosa, resplandeciente. “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17b). Esta nueva criatura en forma de mariposa vuela de una flor a otra muy por arriba de los peligros que antes la amenazaban cuando era oruga.
El mundo natural está lleno de analogías del nacimiento espiritual. Todas hablan elocuentemente al hombre, quien por su naturaleza, se inclina al mal, y le dicen que está a su alcance una vida superior, mejor, triunfante. La Biblia dice: “Tú le hiciste un poco menor que los ángeles, coronártele de gloria y de honra” (Hebreos 2:7a).
Mire al hombre normal y verá que padece de algún mal: está desalentado e infeliz, su conciencia lo azota; está mutilado por la pasión y dominado por el egoísmo; es poco amistoso y hostil; confuso, deprimido y miserable… ¿Es ésta la criatura de la cual la Biblia dice: “Tú le hiciste un poco menor que los ángeles; coronártele de gloria y de honra”?   ¡El hombre, nos parece, no tiene gloria y muy poco honor! ¡Algo no anda bien!
Un joven dominado por la lujuria me dijo recientemente:  Supongo que nací en el mal. Le repuse:  Si señor, todos nosotros nacimos pecadores… por eso Jesucristo dijo: “Os es necesario nacer otra vez”.
La vida nueva que vino a la niña, al soltero y a la oruga, es resultado de la ley natural. Pero el nacimiento espiritual al cual Jesús se refirió, es diferente, al menos en un aspecto: no es una cosa que el hombre forzosamente tenga que aceptar como consecuencia de eventos naturales. Sí, para recibir el nuevo nacimiento, usted tendrá que quererlo.
El hombre, por su propia voluntad, se apartó de Dios. Si vuelve a Dios, tendrá que hacerlo por una decisión deliberada, por un acto de su voluntad. Dios ya ha hecho su parte para que usted pueda experimentar el nuevo nacimiento, pero hay una cosa que él no quiere forzar… la voluntad de usted. Él le ofrece a usted una vida nueva, pero no lo obliga a usted a aceptarla.
A los millones de personas que todavía no han creído y aceptado la vida que Cristo, con sincera compasión, quiere darles, él les dice: “Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida” (Juan 5:40).
En el último libro de la Biblia el espíritu de Dios aboga por un rendimiento de la voluntad, porque de este punto depende nuestro destino eterno. “… y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17 R.V.R.).
Cristo vivió, murió y volvió a vivir. Estos hechos están suficientemente establecidos. En las palabras del apóstol Juan: “En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4). Resulta ésta, una afirmación que ha sido verificada en la experiencia y en la historia de la humanidad.
En la Catedral de San Pablo en Londres, hay un cuadro pintado por Holman Hunt que se titula “Cristo, la Luz del Mundo” y que representa a Jesús esperando ante una puerta. Poco después de realizado este cuadro, un crítico llamó la atención del artista sobre el hecho de que no había nada con qué abrir la puerta en la parte exterior. “Lo pinté así a propósito” le respondió el artista, “pues la puerta no se abre sino desde adentro”.
(Tomado de revista Certeza Nº 15, año 1963).

RECUPERAR LA ESCUCHA DEL CORAZÓN


Carlos Hernández
Lo interior es del orden del corazón, de lo íntimo y de lo propio. El corazón en la Biblia tiene que ver con nuestra relación con Dios. Él “prueba el corazón”, “transforma el corazón de piedra en un corazón de carne”, “la circuncisión verdadera es la del corazón”.
Nuestro yo defensivo no puede manipular el corazón; éste impone y funda un ritmo propio, genera una ansiedad que tenemos que atender. El “corazón arde” cuando siente la presencia de Jesús. El corazón custodia los pactos que hacemos con Dios, con nuestro prójimo y con nosotros mismos.
Luego, cura interior tiene que ver con un conjunto de operaciones que recupera la escucha del corazón. Es volver a orientarnos, no ya más defensivo (justificándonos), sino que el yo comienza a guiarse por el corazón, por aquello que se mueve a partir del amor del Padre por su hijo o del Esposo por su esposa.
La cura interior rechaza toda magia, toda pretensión autoritaria, toda manipulación técnica. La cura interior nada tiene que ver con fórmulas, imposiciones o regulaciones arbitrarias.
La cura interior ocurre en la intimidad de la persona, siempre próxima al misterio, es decir a lo particular, único. La cura interior es un “acontecer”; es aquello que crea un espacio para que surja lo nuevo, lo espontáneo de la vida. Y la vida del corazón es aquello que despierta en nosotros la “realidad” que no es otra cosa que permanecer a la Vida, estar en la Presencia de Jesús.
La vida del corazón restablecida como origen de lo psicológico, es decir el proceso de cura interior, requiere de “actitudes decididas”. Una de ellas es la capacidad de permanecer en silencio, quietos (Isaías 30:15), afirmados en el amor gracioso de Dios. Es en este silencioso oír nuestro corazón que se originan nuestras palabras, iniciativas y decisiones.
Un corazón saludable es un corazón que nos acompaña que “sostiene nuestro andar” que permanentemente nos cuenta que no estamos solos. En síntesis, el corazón se alimenta en la Presencia de Jesucristo.
El corazón es por excelencia el órgano de la conexión. Cuando se alteran sus conexiones, ya sean las internas o las que lo ligan a lo externo, se produce la arritmia. La alteración del ritmo (la arritmia) no es solo del corazón, sino es una disfunción cósmica.
La persona siente como el salmista un malestar interior, pero también tropieza en el mundo y se desencuentra con el otro. A todos estos síntomas perturbadores se agrega que imagina un Dios que lo abandona.
El encuentro con la Presencia de Jesucristo es el más fabuloso acontecimiento que al hombre le puede ocurrir. En este encuentro el corazón restablece su conexión con la Vida. El nódulo sinusal (el que marca el ritmo del corazón) recibe los impulsos del amor de Dios.
En la afinación de los ritmos del corazón (la cura interior) el mayor maestro fue Juan. Lo que nos cuenta lo vivió estando cerca del corazón (“recostado sobre su pecho”) de Jesús.

LA ALEGRIA DE UNA VIDA SENCILLA

En una socie d ad ha m bri e nt a d e p os ee r co sa s, h oy y si e m p re – n o es fá c i l p ara e l crist i ano “est a r cont e...