martes, 21 de septiembre de 2010

ESCRIBIR ES COMO TENER UN REBAÑO DE OVEJAS


Es curioso, pero el oficio de escribir suele despertar un notable interés entre las personas: te preguntan si utilizas computadora, cómo te organizas, cuánto trabajas. Quizás es que no les entra en la cabeza (a veces a mí tampoco) que alguien pueda ganarse la vida desempeñando una actividad tan absurda y vulgar. Porque, si bien es cierto que pintar un perro en perspectiva no está al alcance de todos, llenar de frases una hoja de papel lo hace cualquiera (digo yo que será por eso por lo que los cuadros cuestan millonadas, mientras que los libros muy rara vez hacen verdaderamente rico al escritor).
Hay algunos autores pedantes que van por el mundo con la nariz tan levantada como el periscopio de un submarino y sintiéndose distintos a los demás mortales. Si estos especímenes hablan de su arte como algo elitista y sobrehumano, no les hagan caso. Créanme, escribir es, en muchos sentidos, como picar piedras. O sea que se trata de un oficio sencillo, un trabajo repetitivo y laborioso que implica cansancio físico. Por ejemplo, después de escribir muchas horas seguidas te sueles levantar del asiento con los riñones rotos, como si hubieras estado apaleando la tierra.
Y con los ojos enrojecidos por la pantalla; y con la cabeza llena de zumbidos. Incluso pueden dolerte los dedos de teclear, y las muñecas de mal las manos ante el teclado.
Hay algo artesanal en la escritura: un modesto machacar de las palabras hasta dejarlas suaves, hasta hacerlas precisas, de la misma manera que el carpintero lija una y otra vez la silla que acaba de fabricar hasta convertirla en madera útil y bella.
Un CAPITAL ESCASO
El material que forma la base de todo escrito en una amalgama de emociones y pensamientos. Las emociones han de ser auténticas; los pensamientos, originales. Conseguir todo esto es bien difícil; no siempre es uno capaz de sentir lo que dice. Y, en cuanto a las ideas, la verdad es que la creatividad del ser humano tiene sus límites.
Por supuesto que hay diferencias entre los individuos: algunos poseen una fertilidad selvática dentro de la cabeza y son capaces de alumbrar un puñado de ideas cada día; otros sólo consiguen pillar un pensamiento al mes, a modo de pequeño cometa solitario que atraviesa la negrura encefálica echando chispas. Pero, de todos modos, las buenas ideas siempre son finitas. Es un capital que resulta escaso.
De manera que escribir también es, en cierto sentido, como poseer un rebaño de ovejas. Y esos animales son tus pensamientos. Cada vez que tienes una idea, enseguida la metes en el corral junto con las demás. Apacienta tus ocurrencias, las cuidas, les das vitaminas para que engorden, las sacas a pasear de cuando en cuando. Todos los autores tenemos nuestro rebañito de ideas en la cabeza (viejas ideas lanudas, o pequeños pensamientos-cordero recién nacidos), y cuando tenemos que redactar un texto escogemos un animal y lo esquilamos.
Lo malo es que en ocasiones utilizamos tantas veces la misma lana, que los vellones terminan apelmazados y mugrientos, carentes de cualquier capacidad expresiva. Y también sucede que podemos escribir artículos enteros sin poner ni un latido de nuestro corazón en lo que decimos. Lo cual es un desastre.
Sentimiento y razón, esa es la base de la sabiduría, el núcleo del arte y de la existencia; y el autor ha de lograr emociones auténticas, pensamientos íntegros. Digamos, por tanto, que escribir es como ser minero. Te colocas el mono de faena y la temblorosa luz en la cabeza; y desciendes por el pozo de la mina, cada vez más abajo y más adentro.
Hasta encontrar las vetas aún no explotadas, los ricos estratos geológicos de la vida profunda, allí donde todos los sentimientos pueden todavía ser sentidos, y donde todos los pensamientos brillan, como recién pensados, entre las sombras.
Sí, escribir es como ser minero e intentar extraer, de lo más hondo, diminutos fragmentos de belleza.

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